Entrevista a Jordi González en la Revista VanityFair (19 enero, 2012 a las 10:05 por CurroC.)
Cuenta Jordi González que cuando empezó en televisión, algo que ocurrió “por azar” cuando él tenía 25 años, “todo era más naif”. Era el año 1986, el programa se llamaba La palmera (TVE) y las televisiones privadas no existían. No había guerras por las audiencias y conceptos como el de análisis minutado del share ni siquiera lo habían imaginado los gurús catódicos de entonces, que ni en pesadillas suponían la competencia feroz y cronometrada que estaba por venir. “Por no saber, no sabíamos ni qué audiencia hacíamos”. Ahora sí se sabe. Y tanto. Los lunes por la mañana el presentador los dedica a ver qué ha funcionado mejor y qué no. “Es fundamental. Hacemos televisión para que la gente la vea. Ir de espaldas a la audiencia me parece presuntuoso y poco práctico. Que un programa tenga el respaldo de la audiencia o no lo tenga determina su supervivencia”, me explicaba él ayer por la noche, mientras tomaba un té rojo.
Hará dos meses Jordi González y La Noria, un espacio vilipendiado por muchos pero líder de audiencia desde hace años, estuvieron en el ojo del huracán. La entrevista a Rosalía García, madre de ‘El Cuco’, se consideró intolerable por mucha gente. Hubo una campaña de acoso y derribo en Twitter, intelectuales que alzaron la voz y columnistas que escribieron toda suerte de insultos. Hasta amenazas hubo, produciéndose finalmente una fuga de anunciantes que hizo tambalearse a un programa que no es el más sensacionalista de la parrilla precisamente. Y murieron otros que hacían buenos datos y estaban libres de sospecha, como el Resistiré, ¿vale? de Tania Llasera.
El presentador, que asegura que se apoyó en los amigos y compañeros (“no me faltó el apoyo de ninguno”) y en Telecinco en pleno (“desde Paolo Vasile hasta el último empleado”), evidentemente lo pasó muy mal con toda esa historia. Lo gritó ayer Mercedes Milá en la presentación de Gran Hermano 12 + 1 (programa cuyo debate semanal, que ha hecho nuevos fichajes como Boris Izaguirre y Frank Blanco, va a presentar él). Lo ha pasado mal, pero no quiere hablar del tema. Se resiste, se explica, dice que ya dijo lo que tenía que decir. Prefiere no mirar atrás mientas vive y centrar en el presente su energía. Sólo responde si se le insiste mucho y se le tira de la lengua pues, supongo, su carácter educado le puede más que su deseo de no responder determinadas preguntas.
“Me sentí víctima de un linchamiento desmesurado por parte de algunos medios, no por todos. Mira, Telecinco es cadena líder y da beneficios, por lo que es normal que otros medios, que además están vinculados a otras televisiones… No sé… prefiero no hablar de esto”, decía, y le salvó una admiradora que apareció en este instante en Le Pain Quotidien, el agradable café-panadería-restaurante en el que conversábamos. “Eres igualito, igualito, que mi psicólogo”, le dijo. “Pues espero que esté de la cabeza mejor que yo”, bromeó él, guasón. A continuación, le pregunté si después de este tiempo de cambio y reflexión él piensa que pudieron equivocarse en algo realizando la entrevista a la madre de ‘El Cuco’. Se produjo un pequeño silencio. Parecía dudar. A continuación, dijo:
―No lo sé… Es que hemos luchado tanto y tanto por la libertad, que cuestionarnos quién puede y quién no puede hablar en un medio me parece muy peligroso. Yo creo que todo el mundo tiene derecho a hablar. Lo creo, de verdad.
―Para escribir su obra maestra, Truman Capote entrevistó a los peores asesinos, pero no les pagó dinero. Ahí está la diferencia. Creo que es eso lo que indignó a tanta gente.
―Eso del dinero es una cuestión técnica de la que soy totalmente ajeno. No soy productor del programa y a mí en la tele nadie me preguntó si me parecía bien o mal… Simplemente, no forma parte de mi trabajo saber cuánto le pagan a un invitado o si va al programa en coche o en moto… Ni lo sé, ni me lo cuentan ni lo pregunto. Además, ya habían hecho lo mismo en Cuatro y en Antena 3.
Jordi hablaba de forma cercana y parecía hacerlo de forma muy sincera. Y sonreía a la menor oportunidad, tratando de hacer que la conversación resultara agradable. Al menos en las distancias cortas, en él no asoma en ningún momento los rasgos de un carácter narcisista, ególatra o soberbio de otros presentadores. “Sin embargo, cuando diste explicaciones en La Noria después de la que se montó con la entrevista a Rosalía, te mostrate fuerte, seguro de ti mismo, contundente en tu defensa, sin el menor asomo de duda o debilidad. Y eso hubo quien lo interpretó como actitud soberbia y ombliguismo.”
“No sé si di esa imagen, pero sí que no quería darles gusto a quienes querían verme lanzándome por un puente. Cuando una columna de opinión en un medio de comunicación intenta ridiculizarme, sacarme de mis casillas, violentarme con mentiras, con agresiones, con el propósito de sacarme de quicio, pues voy a intentar no darles el gusto y que consigan lo que quieren: verme fuera de quicio. Nunca me había pasado que se viera algo amplificado tantísimo como ocurrió con esa entrevista y nunca había visto tantas ganas de hacer daño por una cosa, cuanto menos, opinable. De todas formas, a medida que he ido haciendo televisión me he dado cuenta de lo enorme que es este medio de comunicación y cómo aún sin que uno lo quiera se crea un perfil público del que no eres consciente muchas veces. Por ejemplo, hay gente que cree que soy borde, cuando en realidad soy un tío tímido, con complejos y algunas carencias que justo por eso a veces necesita protegerse”, se explicaba el presentador.
Por eso, por protegerse, imagino que desapareció de su cuenta de Twitter, red social en la que comenzó a orquestarse todo. Pero, ¿duelen realmente los tuits ofensivos e insultantes de gente a la que no conocemos de nada? “Fui objeto de una campaña de desprestigio en Twitter, pero después de dos meses y de una serie de actuaciones para esclarecer la verdad, resulta que me cuentan que en su mayoría son cuentas falsas, creadas por agencias o personas que alguien contrata y que están destinadas a dinamitar reputaciones. Entonces yo fui tan tonto e ingenuo que me peleé con personas que no son de carne y hueso. Me peleé con usuarios que no existen, que no son personas”
Sea como sea, lo cierto es que la crisis que vivió La noria se ha salvado –de momento- con un programa nuevo, El gran debate, que se estrenó en prime time el pasado sábado con una audiencia de un 12.5 % y que es previo a La Noria, que continúa en el late night. Una buena noticia, desde luego. Quizás los anunciantes podrían pensar que ya fue suficiente con lo que hicieron y que, al fin y al cabo, en La Noria trabajan unas ¿100? personas, gente que puede quedarse en el paro tristemente.
―Con respecto a tu nuevo programa, se han leído titulares como ‘Jordi González blanquea el debate’.
―No sé muy bien qué significa eso de blanquear, la verdad. La intención del programa es llevar a la tele temas de gran calado social. Cada programa, un tema. Empezamos por el paro y continuamos con la justicia. No hemos blanqueado nada. En todo caso, hemos tranquilizado el debate. Y en el primero ha ocurrido algo muy bueno: la curva de la audiencia ha sido ascendente. Eso quiere decir que quien llega, se queda. Por supuesto, si la gente se aburre, bostea o cambia de canal, tendremos que buscar soluciones, agilizar… Como te decía, hacemos televisión para que la gente la vea.
Los tiempos no son buenos. La competencia, no sólo en televisión, es atroz y despiadada. El sensacionalismo gana terreno, vivimos un continúo sálvese quien pueda y Jordi creo que lo sabe. Pero también sabe que le gusta su trabajo, que sigue disfrutando de la televisión tanto como cuando era un jovencillo inocente que pensaba que iba a trabajar toda la vida en la radio. También tiene claro que quiere trabajar en Telecinco y que “en ningún caso” va a abandonar el barco. Y entonces, ¿qué hay de aquel sueño de otra vida en Sidney, al menos por unos años?, le pregunté, en último lugar. “El sueño sigue. Lo que pasa es que ahora he cambiado de latitud. En la primera década del siglo estaba fascinado con Australia, y en esta segunda estoy fascinado con Brasil. Hay una zona maravillosa que se llama Pipa, una región pobre, que es como la Ibiza de los 70, un sitio algo hippy, no contaminado todavía por el turismo, con mucha gente joven. Y sana, porque cuenta con el honor de ser el segundo lugar del mundo con el aire más puro. Es ideal para pasar unas vacaciones. Para vivir, sin embargo, me iría a Río de Janeiro. Es una ciudad que me encanta. Y la que cuenta con mayor selva urbana. Cuando abro la ventana prefiero ver montañas a ver rascacielos.”